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Sur l'immigration et la pauvreté

Richese et pauvreté, ces sont des realités qu'on ne peut pas détacher. Ces sont, tous les deux, des concepts rélatifs: chaque un c'est la mesure de l'autre. Je suis riche ici, mais je serais pauvre là. Cela depends du percentage de la population qui se trouve dessous --ou dessus-- moi.

Alors, si on regarde comme ça la question de l'immigration —l'immigration pauvre—, on pourrait la reformuler de la manière suivante: quoi faire avec les riches? Qu'est-ce que la societé peut faire pour se bien protéger d'eux? Quoi faire avec leurs voitures grandes, bruyantes et contaminantes? Qu'est-ce qu'on pourrait faire avec de l'eau qu'ils gaspillent dans leurs champs de golf? Combien des familles pourraint vivre dans les jardins autour de leurs maisons?

"Ah! L'immigrant noire, il m'a volé le portefeuille!", bien sûr. Mais, aussi: "putain! Le PDG il a fui des impôts pour autant valeur que la somme des valeurs des portefeuilles que tous les inmigrants noirs ont volé en France pendant une année!". J'habite dans un quartier riche parce que j'ai peur qu'un algérien prenne mon vélo; alors, je paie chaque mois au propiétaire de mon appartement —dans un quartier très mignon, bien sûr— une augmentation sur le prix d'un appartement equivalent dans un autre quartier qui bien pouvait m'acheter un vélo mensuel. Seule l'une c'est une crime.

Ces sont des contradictions courantes sur lesquelles personne ne parle jamais. On pouvait supposer que cela a à voir avec le fait que ce sont les élites qui contrôlent les médias. La realité des derniéres jours en Espagne le montre très ilustrativamente: le groupe Recoletos, éditeur de journaux, viens de lancer un nouveau journal gratuite. Pour qui? Alors, ils ont fermé le cercle: Expansión pour ceux en haut , Qué! pour ceux en bas, et Marca, l'opium du peuple, pour la majorité endormie.

Este miniopúsculo fue una pequeña tarea de francés que espero que nadie juzgue por la forma —macarrónica, bien lo sé—, sino por el fondo.

El país anumérico.

El matemático John Allen Paulos escribió hace unos años uno de esos pocos libros con los que merece la pena pasar un rato: El hombre anumérico. El hombre anumérico tropieza con números —un millón de euros, cincuenta mil desplazados, tres millones de parados, 34 asesinatos— pero brinca sobre las cifras y se limita a sacar la cartera o a dar un amén borreguil al primero que se las interprete.

El hombre anumérico no es un hombre inculto: los cánones de la cultura los dictaron otros de su estirpe y las artes fueron numeradas (las seis primeras, al menos) antes de conocerse, siquiera, el cero. Pero se aplauden, incluso, sus excusas inexcusables. Es un hombre víctima de los telediarios. De él se ocupa John Allen Paulos.

Yo quiero hablar del país anumérico, del rebaño con himno, constitución y bandera, de hombres anuméricos. Del que, suma de víctima de telediarios, es frontón de la pelota de la razón y verdugo del progreso. Perlas del papanatismo numérico patrio son:
  • Que el presupuesto militar español de defensa dividido por el precio medio de un kilómetro de autovía llegue de Barcelona a Cádiz (subrayo: ¡cada año!) y nadie se escandalice.
  • Que EE.UU. haya donado 350 millones de d'olares para las víctimas del maremoto en Asia, que eso salga en cosa de 60 céntimos de euro por gringo y que la gente crea que es mucho y no poco.
  • Que haya diez veces más soldados gringos en Irak que ayudando a dichas víctimas (unos 150.000 contra 16.000) y que nadie considere un insulto para su inteligencia que se diga que con eso los EE.UU. pretenden lavar su imagen.
  • Que una constructora pueda hacerse dueña del segundo mayor banco de España comprando el 3% de sus acciones y nadie lo encuentre incongruente.
  • Que todavía se hable de ETA.
  • Que se hable del plan Ibarretxe todos los días y del desempleo sólo una vez al mes.

En fin, una lista que iré actualizando conforme se me aviven las dotes enumerativas y cuando no me urja tanto el abrir en IDE de Python.

Y todo sigue igual, ¿o no?

Pues todo sigue, más o menos, igual... ¿o no? Al menos, a mi conciencia le cuesta reacostumbrarse a mi tradicional agrafia y de poco le valen ya los pretextos del viaje a París y las alteraciones propias de las épocas que ahora concluyen.

Cierto que acabo de matricularme en la Alianza Francesa y que he comprado un bono para acudir, por primera vez en mi vida, a un gimnasio. Pero algunos de los fantasmas más contumaces —que creí, infeliz de mí, iban a ser incapaces de tramontar el medianil entre año y año— se me han presentado súbitos y amenazantes. Mareo las aguas que, algo apartadas ya de las que llaman negocio, colindan con el fraude. Se cierne una tormenta ética de la que temo salir cornudo y, con añadidura de inri, apaleado. Todo desenlace es posible y el de los cobardes que huyen se me antoja el más sosegado y apetecible.

De los males del que se fue y de los proyectos del año que entra iré dando cuenta en estas páginas. De que no se malogren los últimos y tiendan a reproducirse los primeros dependerá el que en doce meses pueda decir ¡ja!

Nota más de andar por casa: mi programa de gestión de proyectos ya tiene ojos que ven, uno de los lóbulos que piensan y una mano, torpe aún, que garabatea proto-calendarios.

¿Por qué no suena la alarma cuando paso el portátil por el escáner?

Pues porque es un escáner al servicio de la oligarquía cleptómana y yo, con gabardina, corbata y traje de saldo, parezco otro de los miembros del rapaz contubernio. Recuerdo que una vez, hace años, me sonaron las alarmas en el ayuntamiento por llevar una navajilla en el bolsillo. No quedó muy convencido el benemérito de mi excusa: que la necesitaba para trocear el pan de los bocadillos porque tenía un diente roto. Claro, entonces gastaba sandalias, pantalones cortos, camisetas del Ché y pocas cuchillas de afeitar. Pero no usaba la navaja para robar.

Para eso uso ahora, años más tarde, el portátil. Robo a un ladrón que merecido lo tiene, bien es cierto. Pero tampoco se me oculta que, aparte de los consabidos cien años de perdón, no me voy a llevar otra cosa que una palmadita en el hombro y un plus magro en febrero. El botín se lo repartirán los carroñeros habituales.

Si este mundo fuese distinto, ni se mofaría de mí el madero que tramitase la denuncia ni me considerarían un traidor los más allegados. Y me haría merecedor de una recompensa que me sacase de pobre en concepto de plusvalías no dilapidadas tontamente y de reputaciones no universalmente carcajeadas.

Pero todo es cual es y mañana, a las ocho, saldré de casa con mi portátil-navaja de filo sucio de sangre seca y cifras mendaces.

Dubitates nostras cottidianas danobis odie

Pues sí, ha sido un día de más dudas que certidumbres. Al cabo de tanto cavilar no he podido decidir si abundar sobre alguno de los siguientes puntos:
  • Que el gobierno pueda financiarse a tasas inferiores a la de la inflación, no lo haga y, además, no le dé vergüenza.
  • Que la actividad bancaria no se haya proletarizado definitivamente.
  • Que se toleren los planes de regulación de empleo en empresas en presuntos apuros económicos sin que hayan sustituido en todos sus equipos informáticos Windows por, por ejemplo, Debian.
  • Lo mismo, pero sin que el plan no se haga extensivo, y en las mismas condiciones, a alícuota proporción del consejo de administración.
  • Lo mismo, pero sin que se efectúe una expropiación sin derecho a compensación del correspondiente porcentaje del capital, sea en acciones, participaciones preferentes u otros efectos.
  • Que haya quien venga a pensar como si las cosas tuviesen alma y que en ella viniese grabado el nombre de su dueño.
  • Que los empleados de cierto operador de telefonía móvil llegasen a adquirir acciones de su propia empresa aun a sabiendas de que son una cuadrilla de vagos e ineptos.
  • Que las paradas del autobús, indefectiblemente, estén subestratégicamente emplazadas.

Son todos, como se aprecia, temas de muy jugoso desarrollo y a los que habré de dedicar alguna noche venidera.

Introito

Ésta es mi primera incursión en este mundo de las bitácoras. Me sorprendería —dada mi natural inconstancia— que deviniese decana de muchas otras. Es curioso: hasta no hace tanto había desconfiado de sus autores y de las intenciones que los animaban a dar a conocer al mundo irrelevancias de andar por casa o pensamientos que, de adocenados, ñoños o pueriles, no admitían más honroso acomodo.

Pero desde que perdí mi antiguo dominio y dejé de pagar alojamiento de la página que mantuve, quedé sin manera de comunicar a Google el contenido —presente y futuro— de mi directorio ~/doc para su adecuada indexación. Hay en él hay y habrá muchas cosas y de muy desigual calidad y naturaleza; advierto, no obstante, que las más serán técnicas, mías, muy sudadas y que conviene hacer saber por fomentar la eficiencia global de aquel subconjunto de la hispanidad que tropiece con dichas cuestiones.

Soy reacio a abundar en lo personal; me invitan a hacerlo, tanto por éste como por otros conductos, gentes que me quieren y que esperan que medite hasta qué punto es elegida la soledad en que me muevo, repiense las causas de mi asociabilidad y que me esfuerce por aprenderme, al menos, los nombres de las personas con quienes coincido más a diario.