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¿Por qué no suena la alarma cuando paso el portátil por el escáner?

Pues porque es un escáner al servicio de la oligarquía cleptómana y yo, con gabardina, corbata y traje de saldo, parezco otro de los miembros del rapaz contubernio. Recuerdo que una vez, hace años, me sonaron las alarmas en el ayuntamiento por llevar una navajilla en el bolsillo. No quedó muy convencido el benemérito de mi excusa: que la necesitaba para trocear el pan de los bocadillos porque tenía un diente roto. Claro, entonces gastaba sandalias, pantalones cortos, camisetas del Ché y pocas cuchillas de afeitar. Pero no usaba la navaja para robar.

Para eso uso ahora, años más tarde, el portátil. Robo a un ladrón que merecido lo tiene, bien es cierto. Pero tampoco se me oculta que, aparte de los consabidos cien años de perdón, no me voy a llevar otra cosa que una palmadita en el hombro y un plus magro en febrero. El botín se lo repartirán los carroñeros habituales.

Si este mundo fuese distinto, ni se mofaría de mí el madero que tramitase la denuncia ni me considerarían un traidor los más allegados. Y me haría merecedor de una recompensa que me sacase de pobre en concepto de plusvalías no dilapidadas tontamente y de reputaciones no universalmente carcajeadas.

Pero todo es cual es y mañana, a las ocho, saldré de casa con mi portátil-navaja de filo sucio de sangre seca y cifras mendaces.

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